..Nadie se explica como don Pedro se hizo inmensamente rico de la noche a la mañana. La gente no puede dar razón de como un simple borrachín pasó en un santiamén de un miserable “calientero” a ser el hombre más respetable y temido del pueblo.
La única explicación que la gente encuentra es que don Pedro fue a pedir un favor al Diablo en el cerro Zapotecas.
La gente cuenta que en uno de esos días de parranda, casi anocheciendo, tomó la decisión de ir al Zapotecas.
Y, lo cuentan como si todos hubieran estado viendo, que estando allá, se puso a gritar como loco infinidad de injurias y al invocar al maligno decía con voz aguardientosa:
-¡No te tengo miedo, diablo jijo de la …!
-¡Ven, quiero verte!
-¡Aparécete, Charro Negro! ¡Vengo a cambiarte mi alma por dinero! ¡Quiero tener mucha plata!.
Don Pedro, en el más alto grado de alcoholismo y con la voz ronca por el esfuerzo, casi volvió a su juicio cuando empezó a soplar un viento helado y siniestro, mientras que a su espalda se oía el relinchar de un caballo y la voz gruesa de un hombre que dijo: ¿Me andabas buscando?.
Esta voz cavernosa lo dejó paralizado mientras su cuerpo empezó a sudar de frío. Oía el lento trote del caballo que se acercaba a él y en vano trato de pararse para empezar a correr porque, cuando alzó la vista, se topó con un fétido olor a azufre y logró escuchar el tintineo de la botonadura de plata que brillaba a la luz de una pálida luna cubierta por una extraña neblina, así como la danza macabra del cuaco.
Cuando el hombre se apeó, la curiosidad lo hizo buscar la cara del individuo y sólo halló un profundo abismo entre los hombros y el sombrero. Pero, estaba seguro que de ahí provenía esa terrible voz que le dijo:
- Sabía que tenías que venir, cuánto crees que vale tu miserable humanidad. Ya sé que solamente los que necesitan dinero me vienen a buscar.
Su miedo apenas le permitió mover afirmativamente la cabeza al momento que, a sus manos, cayó un pergamino.
Mientras, el Charro Negro decía: ya sabes lo que me tienes que dar a cambio, sólo tienes que firmar y año con año, el alma de alguno de tu familia me tendrá que pertenecer.
Al terminar de escuchar esta frase sintió un golpe punzante en la mano y vio derramar su sangre por el cuchillo que le arrojó el aparecido.
Decidido, don Pedro mojó su dedo en sangre y más que sellar manchó dicho documento que, al instante, le fue arrebatado.
Todo fue tan rápido. El horrible relinchido del caballo del mal saltó sobre su cuerpo, al igual que la carcajada del Charro Negro que se alejaba a veloz galope.
Pedro perdió el conocimiento. Al amanecer se halló con dos sacos a reventar de monedas de oro, sangre regada frente a él y un misterioso cuchillo de plata como recuerdo de su pacto. Después vinieron las sensaciones, el dolor de la herida en su mano, sus remordimientos y la terrible cruda de su embriaguez.
Algunas personas que visitaron su lujosa casa, decían haber visto la daga de plata que orgullosamente guardaba. Los criados dicen que lo han visto en el río cuando se baña y que tiene en la espalda tatuada un demonio que le cubre la espalda, y cuentan que varias veces lo han intentado matar, pero nadie ha podido contra el pacto que hizo. Él sabe que solamente Lucifer tiene derecho sobre su persona.
Han pasado muchos años y se ha quedado ya solo. Sus riquezas son incontables, su hacienda es la más grande de la región, solo lo acompaña un perro negro con aspecto diabólico que quería más que a nadie y en su hacienda la gente decía que ese animal era el mismísimo Satanás.
El día de la muerte de Don Pedro, cuando lo estaban velando los mozos de la hacienda, de repente penetró a la sala un ventarrón extraño, se apagaron los quinqués, las cuatro velas que resguardaban el ataúd, se oyó un terrible ruido cuando cayó el féretro al suelo y rechinaron los muebles y crujieron las paredes y las puertas.
Todas las mujeres llegaron a rezar el Santo Rosario y gritaron al unísono ¡Ave María Purísima! ¡Cristo ampáranos!.
Cuando volvieron a encender las luces, en el suelo estaba la caja vacía mostrando solamente el forro almohadillado de satín, mientras que afuera se oía el lamento del perro negro con un aullido infernal.
Cuando pasó la terrible impresión colocaron el ataúd en su lugar y todos se hincaron a rezar el Santo Rosario.
Dicen en el pueblo que al otro día llevaron al panteón la caja llena de piedras para disimular y misteriosamente el perro negro desapareció de la hacienda.
Ahora, el alma de don Pedro vaga penando por la hacienda, ofreciendo dinero a aquel que le mande a decir treinta misas por el perdón de su alma.
Libro: Leyendas de Puebla
Salvador Momox y Roberto Vélez de la Torre