EL CHARRO NEGRO | LEYENDAS DE CHOLULA

Fecha: 2022-11-02T15:00

Responsive image

Esta historia nace durante el porfiriato y la Revolución Mexicana, cuando era común la explotación, la falta de garantías y el poder del dinero podía atropellar, humillar por completo la dignidad del hombre.

En este ambiente de represión y falta de libertad surgió la imagen del Charro Negro, un héroe que daba dinero a manos llenas con una pequeña condición: dar a cambio el alma.

Varias personas describen a este misterioso personaje como un tipo alto, corpulento, con traje negro de charro con botonadura de plata, con sombrero de ala ancha galoneado con hilos platinados, sin faltar el hermoso corcel negro que lo esperaba impaciente para llevarlo como alma en pena por los caminos.

La región de Puebla era tierra pródiga de abundantes haciendas, de enormes latifundios con pródigas cosechas que proporcionaron a los patrones grandes cantidades de dinero, convertido a su vez en monedas de oro y plata.

La gente del pueblo cuenta que la maldad de los hacendados era tanta que maltrataban a la gente, mancillaban las honras de las mujeres y disponían de la vida de los hombres y niños. Esta maldad, hacía que al morir, sus almas se perdieran eternamente en el fuego del infierno, por lo que penaban en busca del perdón terrenal para pagar sus culpas en el más allá.

Los abuelos afirmaban que las almas de estos personajes no podían descansar en paz hasta que no repartieran todo el dinero que acumularon en vida con desenfrenada avaricia.

El miedo y el terror llevaba a la gente del pueblo a relacionar al Charro Negro con el diablo, llamado entre nuestra gente como el “Chamuco”.  

Se podría hacer un compendio interminable de las leyendas del Charro Negro que también lo relacionan con Emiliano Zapata “El Caudillo del Sur”, a quien Porfirio Díaz llamaba “El Atila del Sur” por la increíble resistencia que opuso al régimen.

Éstas son las características de nuestro personaje. He aquí una de tantas leyendas del misterioso Charro Negro.

Nadie se explica como Don Pedro se hizo inmensamente rico de la noche a la mañana. 

La gente no puede dar razón de cómo un simple borrachín pasó en un santiamén de miserable “calientero” a ser el hombre más respetable y temido del pueblo. La única explicación que se encuentra es que Don Pedro fue a pedir un favor al Diablo en el cerro Zapotecas que se encuentra al poniente de Cholula. 

La gente cuenta que uno de esos días de parranda, casi anocheciendo, tomó la decisión de ir al Zapotecas.

Y, lo cuentan como si todos lo hubieran visto. Que estando allá se puso a gritar como loco infinidad de injurias y al invocar al maligno, decía con voz aguardientosa: ¡No te tengo miedo, Diablo! ¡Ven, quiero verte! ¡Aparécete, Charro Negro! ¡Vengo a cambiarte mi alma por dinero! ¡Quiero tener mucha plata!

Don Pedro, en el más alto grado de alcoholismo y con la voz ronca por el esfuerzo, casi volvió a su juicio cuando empezó a soplar un viento helado y siniestro, mientras que a su espalda se oía el relinchar de un caballo y la voz gruesa de un hombre le dijo: -¿Me andas buscando? 

Esta voz cavernosa lo dejó paralizado, en tanto su cuerpo empezó a sudar frío. Oía el lento trote del caballo que se acercaba, pero en vano trató de incorporarse para empezar a correr.

Cuando alzó la cara se topó con el fétido olor a azufre y logró oír el tintineo de la botonadura de plata que brillaba a la luz de una pálida luna cubierta por una extraña neblina, así como la danza macabra del cuaco.

Cuando el hombre se apeó, la curiosidad lo hizo buscar la cara del individuo y sólo halló un profundo abismo entre los hombros y el sombrero. Pero, estaba seguro de que de ahí provenía esa terrible voz que le dijo:

-Sabía que tenías que venir. Dime cuanto crees que vale tú miserable humanidad, porque solamente los que necesitan dinero me vienen a buscar. 

Su miedo apenas le permitió mover afirmativamente la cabeza, al momento que a sus manos cayó un pergamino.

- ¡Ya sabes lo que me tienes que dar a cambio!, advirtió el Charro Negro.

- Sólo tienes que firmar ..y año con año, el alma de alguno de tu familia me tendrá que pertenecer.

Al escuchar esta condición, Don Pedro sintió un golpe punzante en la mano y vio derramar su sangre por el cuchillo que, instantes antes, arrojó el aparecido. 

Oyó de nuevo la orden.

- Pon la huella de tu sangre y todo el dinero que quieras será tuyo.

Don Pedro mojó su dedo en sangre y más que sellar manchó dicho documento que, al instante, le fue arrebatado.

Todo fue tan rápido. El horrible relinchido del caballo del mal hizo eco en todo su cuerpo, igual que la terrible carcajada del Charro Negro que se alejaba a galope. 

Pedro perdió el conocimiento y al amanecer halló dos sacos a reventar de monedas de oro, sangre regada frente a él y un misterioso cuchillo de plata, como recuerdo de su pacto. 

Después vinieron las sensaciones. El dolor de la herida en la mano, los remordimientos y la terrible cruda de la embriaguez. 

Algunas personas que visitaron su lujosa casa decían haber visto la daga de plata que orgullosamente guardaba. 

Los criados dicen que han visto a Don Pedro en el río cuando se baña y que tiene la espada tatuada con un demonio. Cuentan que varias veces lo han intentado matar, pero que nadie ha logrado vencer el pacto que hizo. Él sabe que solamente Lucifer tiene el derecho sobre su persona.

Muchos años pasaron, sus riquezas se volvieron incontables y su hacienda en la más grande de la región. Solamente era acompañado por un perro negro con aspecto diabólico, a quien don Pedro quería más que nadie y que la gente decía que ese animal era el mismísimo Satanás. 

El día de la muerte de don Pedro, cuando lo estaban velando los mozos de la hacienda, de repente penetró en la sala un ventarrón extraño, se apagaron los quinqués y las cuatro velas que resguardaban el ataúd. De pronto, se oyó un terrible ruido cuando cayó el féretro al suelo y rechinaron los muebles, crujieron las paredes y las puertas. 

Todas las mujeres llegaron a rezar el rosario y gritaron al unísono. ¡Ave María Purísima! ¡Cristo ampáranos!

Cuándo volvieron a encender las luces, en el suelo estaba la caja vacía mostrando solamente el forro almohadillado de satín negro, mientras que afuera se oyó el lamento del perro negro con su aullido infernal. 

Cuando pasó la terrible impresión, colocaron el ataúd en su lugar y todos se hincaron a rezar el Santo Rosario.

Dicen en el pueblo que al otro día llevaron al panteón la caja llena de piedras para disimular.

Misteriosamente, el perro negro desapareció para siempre de la hacienda

Ahora, el alma de Don Pedro vaga penando, ofreciendo dinero a aquel que le mandé a decir treinta misas por el perdón de su alma.