En aquel 1908, el camino hacia San Luís Tehuiloyocan, junta auxiliar de San Andrés Cholula, era muy solitario.
Un señor, al que llamaremos Juan, tío de mi abuela, caminaba por ese rumbo, encontrando, extrañamente, a una hermosa mujer, quien dijo: “acompáñame que voy sola”.
Y, Juan, obediente, empezó a caminar junto a ella.
Caminó y caminó, pero las veredas eran tan obscuras y apartadas que no tardaron en perderse.
Juan seguía caminando y caminando. Pero, en lugar de dar vuelta para San Luís Tehuiloyocan, se fue hacia Actipan, que está a un lado de San Luís. Ahí encontró a un hombre que picaba sus magueyes cerca de la laguna de Actipan.
De repente, el tlachiquero vio que Juan avanzaba hacia el agua, hundiéndose más con cada paso.
Entonces, el hombre grito: - ¿A dónde vas?
Juan respondió: - A mi casa, ésta es mi casa. Vengo con esta señora a quien acompaño porque venía sola.
El hombre, con asombro, replicó: -No es tu casa, no avances porque te vas a ahogar
Pero, Juan seguía caminando.
Al señor no le quedó otra alternativa que dejar de picar los magueyes y alcanzó a Juan y le dijo: - Ten este formón de acero y muerde fuerte.
Al chocar los dientes con el metal, Juan recupera la conciencia, aturdido, confundido.
Minutos después, el hombre dice: -Vamos te acompaño a tu casa.
De camino, Juan cuenta que encontró a una mujer, muy bella y sola, caminado por donde él venía y que le pidió que la acompañara.
A su vez, el tlachiquero narró a Juan que su padre le había relatado un sin fin de historias parecidas a lo que esa noche había sucedido: Que la mujer ahogaba a los hombres en la laguna. Que los incautos caían rendidos ante su belleza, al pedir que la acompañaran.
Vestida de blanco a la usanza indígena, los vecinos decían que se trataba de la llorona que durante siglos actuaba de esa manera.
El tlachiquero también contó a Juan que la llorona se llevó a un familiar a la barranca de San Cristóbal Tepontla, junta auxiliar de San Pedro Cholula. De aquella barranca bajaba el agua hacia la 8 Poniente en la cabecera municipal, recordó.
Le dijo que cuando su tío la vio dijo: esta mujer tan bella tiene que ser mía.
La siguió; pero, cuál fue la sorpresa del tío que, al llegar a la barranca, aquel ser, en lugar de descender, seguía de frente, sin detenerse, atravesando al otro lado.
El tío ya no caminó más. Se detuvo y un escalofrío invadió su cuerpo, cuando a lo lejos escuchó unos gemidos y, sin pensarlo, corrió tan rápido que cuando se dio cuenta se encontraba a las puertas de la parroquia, a un costado del zócalo.
Eso sí. Jamás volvió a malorear a ninguna mujer.